miércoles, 12 de enero de 2011

Sentí el miedo, la desesperación. Fui testigo de cómo un grupo de 40 personas huía despavorido, con caras de pánico y buscando un refugio.


Se oían estruendos. Parecía un bombardeo. Jamás olvidaré las caras de Lugüercio, Martínez y Pillud, los tres que corrían desencajados detrás mío y me alcanzaron en la entrada del lobby. Imaginé que la tormenta eléctrica que cubrió el cielo de Open Door sólo había asustado. Pero me equivoqué...

El cielo terminó de cubrirse de negro a las 18.10. A lo lejos, los rayos eran lo único que le daban color al horizonte. Los estruendos eran cada vez más seguidos. Escuché tres, cada vez con más potencia. Lo peor se acercaba. El grupo de periodistas que cubre a Racing estaba tan desprotegido como el plantel. Por eso decidimos adelantarnos y emprender la huida un minuto antes que los jugadores. Y esos 60 segundos, toda una eternidad, fueron fatales. De pronto sentí gritos, corridas. Vi esas caras de horror y sólo atiné a empujar la puerta que conecta al hotel con las canchas del predio. Estábamos todos mojados. El corazón me latía a mil cuando vi una imagen que quedará para siempre en mis retinas. A lo lejos, en medio de una las canchas, mis ojos encontraron un cuerpo inmóvil. Enseguida lo socorrió el doctor Walter Mira y con ayuda de algunos utileros lo subieron a una traffic con destino incierto, pero a toda velocidad. Me di cuenta de que había pasado algo muy grave y el silencio sepulcrar inundó todo.

Un rayo alcanzó un grifo de metal, utilizado para regar las canchas, y el rebote fulminó a César Nardi, histórico masajista de la Academia. No lo puedo creer, nadie lo puede creer. El, también utilero, de 61 años, fue a buscar una pelota cuando la descarga eléctrica cayó a su lado y le causó una muerte instantánea. La reanimación que intentaron hacerle camino al hospital de Luján fue en vano. Con parte del cuerpo quemado, la descarga le produjo un paro cardiorrespiratorio. Sus zapatillas, con un agujero en cada una, denotan que el rayo hizo estragos en su cuerpo. Fue a las 19.36 cuando el club confirmó el deceso. Antes, el presidente Molina había atinado a decir que “está complicado, pero la está luchando”.

Recién ahora me empiezan a caer algunas fichas. Me acuerdo de algunos detalles que la confusión me hizo olvidar en un primer momento. Reflexionando, me vienen a la mente las palabras de De Olivera, el aviso de Toranzo y la mirada temerosa de Pillud. El arquero fue compañero de Giovanni Hernández en Colón y apenas vio los nubarrones dio un aviso de peligro. Claro, el colombiano le había contado lo que vivió en su país, cuando un rayo mató a dos compañeros, y lo inquietó. El Pato también estaba preocupado y dejó en claro su malestar. Por eso, el Profe Cinquetti estaba terminando la práctica. Algunos titulares ya estaban llegando a un lugar seguro, pero los chicos de Reserva, los técnicos y Nardi, entre otros, aún estaban en medio del campo. También vi a Yacob, quien se encontraba dentro del edificio y al oír gritos apareció corriendo. Hay otros que no vi, pero sé que también la pasaron mal. Braian Lluy tuvo que ser internado por un shock emocional (era quien estaba más cerca de Nardi) y sufrió un mínimo rebote del rayo, al igual que Mauro Dobler (tercer arquero) y Valentín Viola (delantero de Reserva); aunque todos fuera de peligro y lúcidos. Matías Cahais no paraba de llorar... A Miguel Russo lo vi justo cuando se fue junto a su ayudante para Luján. Estaba pálido. Yo seguí su camino sólo un par de minutos más tarde.

En la ciudad me encontré con el presidente Rodolfo Molina, el director técnico, el kinesiólogo Alvarez, el profe Cinquetti y Fernández, presidente de fútbol amateur. Más tarde llegó Lucas Castromán, recientemente desvinculado de Racing, que vive en la ciudad. No había palabras. Sólo miradas al piso y resignación. Todos sabían que el integrante más antiguo del plantel había muerto. De golpe. Sin tiempo a nada. Dejando helado a un plantel que aún no resolvió si mañana jugará contra Estudiantes. Eso, claro, es lo de menos...

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